Constantemente me llegan ofertas de alguien que promete cambiarme la vida y a veces en sólo cinco minutos, sorprendente ¿no? Que vivimos rodeados de “información”, no es ningún descubrimiento, pero ¿recibimos todo tipo de contenidos o hay unos que predominan sobre otros?
La verdad es que es fácil sentir la tentación de participar en uno de esos programas, leer uno de esos libros, incorporar a tu rutina ese método con la promesa de una vida mejor, porque en algunas ocasiones un poco y en otras un poco más, nos enganchamos a la duda del ¿y si fuera verdad? Además, dicen que no hay nada que facilite más creer en una mentira que desear que la mentira sea cierta, así que, ¿por qué no? Si a toda esa gente que sonríe en las fotos de la publicidad, les ha funcionado ¿por qué a mí no?
Mi objetivo no es cuestionar la seriedad de algun@s profesionales, sino hacer consciente el bombardeo de mensajes en los que se nos invita o casi se nos presiona a ser felices, incluso cuando esa búsqueda de la felicidad nos genera más estrés que el que teníamos.
Para mí hay algo de trampa cuando se nos repite una y otra vez “tu vida está en tus manos”. De este modo, si pierdo el trabajo me culpabilizo en vez de plantearme si he sufrido una injusticia, si no llego a pagar el alquiler o no puedo cambiarme de casa porque los precios suben y los salarios no, será que me lo he montado mal. Así, hablamos de meritocracia en un sistema que no parte de la igualdad y entonces tal vez no se esté nombrando algo.
Considero que nuestras creencias condicionan lo que vivimos en gran medida, pero me parece injusto negar que no es lo mismo emprender cuando puedes asumir el riesgo de perder tu inversión, que cuando estás pensando en como llegar a fin de mes para dar de comer a tu familia. Con esto no quito el mérito a aquellas personas que en situaciones privilegiadas trabajan y obtienen sus logros, pero afirmar que todo depende de lo que hagamos me parece injusto e incluso peligroso. La realidad es que en la vida hay un montón de circunstancias que no dependen de nuestras acciones y aceptarlo es necesario para no andarnos peleando a cada paso con lo que sucede.
Tampoco creo que haya que resignarse, simplemente quiero señalar dos evidencias que aún siéndolo jugamos a ignorar: La primera es que lo que nos sucede no depende exclusivamente de lo que hacemos y la segunda, que hay emociones desagradables con las que como seres humanos nos toca convivir, la tristeza, la inseguridad, el miedo, la angustia… Y por supuesto no se trata de regodearnos en el dolor y añadir drama al asunto, sino de aceptar que forman parte de nuestras experiencias, escucharlas y dejarles espacio porque a veces un duelo es necesario, por poner un ejemplo y no podemos pretender estar exultantes de felicidad a cada instante.
Antonio Guijarro habla de la tiranía del bienestar refiriéndose a esta especie de dictadura que impone ser feliz y serlo todo el tiempo. Y para recordarlo, tenemos desde la taza del desayuno a la portada de la agenda. Con estos mensajes y tanto gurú de la autoayuda, es fácil sentirse culpable si las cosas no nos salen como queremos y no logramos atraer aquello que deseamos. Si nos creemos todo lo que nos llega, pensaremos que no hemos trabajado lo suficiente o no hemos hecho la rutina de turno con la energía adecuada.
En un mundo en el que la relación con el otro, a menudo, parece verse como un posible negocio en el que preguntarnos qué me va a aportar, por no decir, qué voy a sacar, la ayuda se ha convertido en un negocio multimillonario.
El confinamiento puso de manifiesto que incluso en un estado de alarma y en unas condiciones que no habíamos vivido nunca, queríamos “aprovechar” para hacer tal formación, para ponernos en forma, para hacer recetas nuevas y si eso es lo que nos sale, es fantástico. Lo que yo quiero nombrar es la importancia de conectar y reconocer nuestra falta de ganas, la incertidumbre, el miedo, el no saber por dónde seguir, no para quedarnos en un estancamiento permanente sino para partir de donde estamos y desde ahí dar el siguiente paso.
Escuchando esas emociones, escuchándonos sinceramente, seremos capaces de escuchar a los demás y compartir desde nuestra realidad, no desde una felicidad y un éxito impuestos y fingidos que en lugar de acercarnos, nos alejan, aumentando paradójicamente la sensación de soledad y de insatisfacción de la que a menudo estamos huyendo.